Rogelio despertó mucho antes de despuntar el alba. Aún así estrujó un poco más las sábanas; todavía podía “matar un burro a pellizcos” antes de que llegara la hora de tomar las tabletas de gliblenclamida y enalapril.
Otra vez la almohada resume sus sueños. Encontró deleite en suponer cuántos hijos estarán hoy despertando a sus viejos con un beso del tamaño del cielo. Y, mejor (o peor), le darán su regalito a su papá.
Seguro harán la mejor comidita del mes, aunque hayan tenido que apretarse para disfrutar de ese tesoro inigualable: una familia muy amada y unida alrededor de una mesa, donde las sonrisas fluyen como ríos, y se les quita el polvo a las fotos viejas y comienza a tenérsele cariño a la “pela” que le dieron cuando se fugó para el río.
Sigue leyendo